Eran las ocho de la mañana y lo que la hizo abrir los ojos fue ese terrible dolor de cabeza y el sonido de los autos. Era como si alguien estuviera martillándola en la nuca, sensación que ella de verdad alguna vez sintió.

Al abrir los ojos y ver el sol fue como un millón de lámparas sobre ella. No pudo soportarlo y, por reflejo natural y obligada por el intenso dolor de cabeza, cerró los ojos de nuevo. Fue cuando recordó la historia, las imágenes corrían en su mente como escenas cortadas de cine antiguo. Recordó que dos colegas habían llegado a su casa mientras ella cenaba. De mala gana les abrió, pues ya estaba casi lista para irse a dormir y solo vestía un pequeño camisón que se había comprado en la última misión. Sus otrora torneadas piernas se asomaban como los fuertes pilares que sostienen la Ley. Ellos entraron y entre gritos y chiflidos pusieron en la mesa lo que tan festivamente cargaban: dos patonas de Bacardi. Sabían que ella había dejado la carrera de heroína, este elixir transparente era su bebida favorita. La única. Pero no esa noche, esa noche había pensado hacerlo a un lado, sin contar con la visita inesperada.

Con la misma mala cara que abrió la puerta a sus colegas, abrió la puerta de la alacena para sacar tres vasos y los puso sobre la mesa, dos con la Virgen Morena impresa en un costado y el otro aun con residuos de una antigua etiqueta de mole. Robín, que siempre se había caracterizado por ser lambiscón servicial, inmediatamente puso sendas raciones de una de las “patonas” en cada vaso. Superman, en actitud de líder los invitó a brindar por todos aquellos años de gloria. A partir de ese momento, ella perdió los recuerdos claros. Todo lo que se le venía a la cabeza eran frases e imágenes aisladas, como de una novela a la que arrancaron paginas.

-Brindemos por la liga!!

Recordó ella que alguien gritó. En ese momento sintió en su espalda algo que le molestaba. Era su cámara. El pequeño estuche negro de plástico removió su memoria.

Siguieron festejando y Superman sugirió jugar a la botella… a las preguntas indiscretas… a los castigos… y a las prendas. Ella, a pesar de su relación con Batman, siempre se había sentido a traída por la personalidad del hombre de acero. Siempre le maravilló la diferencia que lograba el simplemente quitarse los lentes y ponerse la ropa interior arriba del pantalón. Pero esa admiración siempre la ocultó. Por eso, tuvo que fingir disgusto cuando Robín los “castigó” con una semana inglesa.

Avanzó la noche y lo siguiente que recuerda es tener su traje puesto. Ese traje que tantos gustos y emociones le dio, pero que ahora solo le daba nostalgia. Ya era demasiado pequeño para su cuerpo. Un cuerpo ya esculpido por la falta de ejercicio, la tele y Mc Donald’s.
Un cuerpo que había cambiado de forma y nombre ante el registro civil, para mantener el anonimato de aquella antigua vida. Recordó cuando Superman sugirió llamar a los demás, para “recordar esos tiempos de emociones fuertes”. Salieron del departamento de ella y siguieron la fiesta. Ella recuerda entrar corriendo a su cuarto para tomar su cámara y tener los bellos recuerdos de su reencuentro en fotografías.

Hasta ahí llegó su memoria. Por más que lo intentaba no podía recordar nada más. Sacó su cámara del estuche, presionó el botón de encendido y las fotos que vio terminaron de llenar esas páginas de recuerdos ausentes.

Presa del odio, la impotencia de sentirse defrauda y el alcohol, quedó dormida. Allí recargada en el poste, desde donde en la madrugada había visto a sus amigos realizar cosas insospechables. Lo sospechaba de Robin y Batman, pero… ¿Superman?.

Lo que vio y vivió fue lo que terminó de romper el delgado hilo que nos mantiene en la cordura. No lo pudo soportar y la historia que sigue la escribieron los diarios esa mañana…